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"... y en que medida se le debe obediencia" (1523)
En primer lugar, hemos de explicar bien el origen
del derecho y de la espada secular, de manera que nadie dude que están
en el mundo por orden y por voluntad de Dios. Los versículos en que se
fundan son éstos: Epístola a los Romanos 13, 1 y ss.: "Toda alma se
someta a las potestades superiores; porque no hay potestad sino de Dios;
y las que son de Dios, son ordenadas. Por tanto, el que se opone a la
potestad, a la ordenación de Dios resiste: y los que resisten, ellos
mismos ganan condenación para sí". Idem, 13 de Pedro, 2, 13 y ss.: "Sed
pues sujetos a toda ordenación humana por respeto a Dios: ya sea al rey,
como a superior; ya a los gobernantes, como de 61 enviados para
venganza de los malhechores, y para loor de los que hacen bien". También
ha existido el derecho de la misma espada desde principio del mundo...
Dios lo estableció y confirmó después del diluvio, con palabras bien
explícitas, cuando dice: Gen. I, 9, 6: "El que derramare sangre del
hombre, por el hombre su sangre será derramada... ".
Igualmente lo confirmó Cristo, cuando dijo a Pedro en el jardín:
"...el que tomara la espada, a espada perecerá... ", lo cual debe
entenderse en forma semejante a Moisés, I, 9, 6: "El que derramare
sangre del hombre... etc.". Sin duda alguna, con estas palabras Cristo
alude a lo mismo y, por ello, introduce el mismo versículo que, de este
modo, queda confirmado. También enseña lo mismo Juan Bautista, cuando
dio su respuesta a los soldados que le preguntaban lo que debían de
hacer: "No hagáis fuerza ni agravio a nadie, y conformaos con vuestra
paga". Si la espada no fuera una institución divina, hubiera debido
ordenarles que renuncien a ella, ya que su deber era hacer perfecto al
pueblo e instruirlo muy cristianamente; así, queda suficientemente
cierto y claro que la voluntad de Dios consiste en manejar la espada y
el derecho seculares para castigo de los malos y protección de los
piadosos.
En segundo lugar, en contra de esto se pronuncia aparentemente con
fuerza lo que dice Cristo en Mateo, 5, 38 y ss.: "Oísteis que fue dicho a
los antiguos: ojo por ojo y diente por diente. Mas yo os digo: no
resistáis al mal; antes, a cualquiera que te hiriere en tu mejilla
diestra, vuélvele también la otra; y al que quisiere ponerte a pleito y
tomarte tu ropa, déjale también la capa; y a cualquiera que te cargare
por una milla, ve con él dos". Idem, Pablo, Epístola a los Romanos, 12,
19: "No os venguéis vosotros mismos, amados míos; antes, dad lugar a la
ira; porque escrito está: Mía es la venganza: yo pagaré, dice el Señor".
Idem, Mateo, 5, 44: "Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os
maldicen... ". Y la primera Epístola de Pedro, 3, 9: "No volviendo mal
por mal, ni maldición por maldición... etc. "Estos versículos y otros
semejantes se expresan de modo tan enérgico que parecería, según el
Nuevo Testamento, que los cristianos no deben tener ninguna espada
secular.
De ahí que los sofistas ¹ digan que Cristo ha derogado la ley de
Moisés y convierten tales mandamientos en "consejos" ² para los
perfectos, dividiendo la doctrina y el estamento cristiano en dos
partes: a uno lo llaman perfecto, y le adjudican tales consejos; al otro
lo llaman imperfecto, y le adjudican los mandamientos. Hacen esto por
pura petulancia y capricho, sin que haya razones para ello en la Sagrada
Escritura; no ven que Cristo, en el mismo lugar, ³ enseña, con toda
energía, que nada, por ínfimo que sea, debe ser desmembrado, y condena
al infierno a los que, no amen a sus enemigos. Debido a esto, tenemos
que expresarnos en forma distinta, para que la palabra divina siga
siendo válida para todos, sean "perfectos" o "imperfectos". La
perfección e imperfección no consisten en obras, ni determinan un
especial estamento externo entre los cristianos, sino que están en el
corazón, en la fe y en el amor, de tal modo que el que más ame y crea,
éste es perfecto, sea externamente hombre o mujer, príncipe o campesino,
monje o lego. Porque el amor y la fe no dan lugar a sectas ni a
diferencia alguna.
En tercer lugar, hemos de dividir a los hijos de Adán y a todos
los hombres en dos grupos: los primeros forman parte del Reino de Dios,
los segundos, del reino del mundo. Todos los que pertenecen al Reino de
Dios son verdaderos creyentes en Cristo y bajo Cristo, ya que Cristo es
Rey y Señor en el Reino de Dios, como dice el segundo Salmo y toda la
Sagrada Escritura; además, El ha venido también para iniciar el Reino de
Dios y establecerlo en el mundo. Por eso responde ante, Pilato: "Mi
Reino no es de este mundo....; todo aquel que es de la verdad, oye mi
voz"; en el Evangelio se refiere siempre al Reino de Dios, y dice:
"Arrepentíos, que el reino de los cielos se ha acercado". Idem: "Mas
buscad primeramente el Reino de Dios y su justicia"; denomina también al
Evangelio, Evangelio del Reino de Dios, debido a que enseña, gobierna y
contiene el Reino de Dios.
Ahora bien, éstos no necesitan de ninguna espada ni derechos
seculares. Si todos los hombres fueran verdaderos cristianos, esto es,
verdaderos creyentes, entonces no serían necesarios ningún príncipe,
rey, señor, espada o derecho. ¿De qué les serviría todo esto, cuando
albergan en el corazón al Espíritu Santo, que les enseña a no hacer
injusticia a nadie, a amar a todos y a sufrir gustosa y alegremente
cualquier injusticia, incluso la muerte? Donde hay puro padecimiento y
pura benevolencia, no hay reyertas, riñas, juicios, jueces, castigos,
derecho ni espada. Por eso, entre los cristianos, no hay lugar para el
derecho y la espada seculares, dado que aquéllos hacen más por sí mismos
que lo que todo el derecho y la doctrina exigen. Como dice Pablo 1ª a
Timoteo, 1, 9): "La ley no es puesta para el justo, sino para el
injusto... ".
¿Por qué es esto así? Porque el justo, por propia iniciativa, hace más
de lo que todas las leyes podrían exigirle. Pero los injustos no hacen
nada bueno; por eso necesitan del derecho que los enseñe, obligue y
constriña a hacer el bien. Un buen árbol no requiere de enseñanza ni de
derecho para dar buenos frutos; su propia naturaleza le hace fructificar
sin ningún derecho ni enseñanza...
¿Por qué, entonces, ha ciado Dios tantas leyes a los hombres? ¿Por qué
Cristo también, en el Evangelio, enseña prolijamente lo que hay que
hacer? De esto he escrito mucho en mi Devocionario y en otros lugares.
Lo resumo muy brevemente:
Pablo dice que la ley ha sido dada en consideración a los injustos,
esto es, a fin de constreñir externamente a los no cristianos para que
no cometan malas acciones, como oiremos luego. Pero dado que ningún
hombre es cristiano o piadoso por naturaleza, sino que todos son
pecadores y malos, Dios, mediante la ley, les impide a todos la
petulante exteriorización de su malicia en obras. Además, Pablo atribuye
a la ley otra función (Epístola a los Romanos, 7, 7 y Epístola a los
Galateos, 3, 24), consistente en enseñar a conocer los pecados, para que
así humille al hombre hacia la gracia y la fe en Cristo. Lo mismo hace
Cristo (Mateo, 5, 39), cuando enseña a no resistir al mal, con lo cual
explica la ley y enseña cómo un verdadero cristiano debe y tiene que ser
hábil, como oiremos después.
En cuarto lugar, todos los no cristianos pertenecen al reino del mundo
y se hallan bajo la ley. Dado que son pocos los que creen y aun menos
los que, se comportan cristianamente, sin resistir al mal, y sin cometer
personalmente ningún mal, Dios ha creado para ellos otro régimen,
además del estamento cristiano y del Reino de Dios, y los ha sometido a
la espada, para que no puedan llevar a cabo sus maldades, aunque
quisieran hacerlo, y para que, en caso de que las cometan no puedan
hacerlo sin miedo, ni en paz y dicha. Del mismo modo, se amarra con
cadenas a un animal salvaje y bravo, para que no pueda morder ni
desgarrar, como acostumbra, aunque le gustaría hacerlo, todo lo cual no
es necesario con un animal manso y sumiso ya que, aun sin cadenas, es
siempre inofensivo.
De otra forma, dado que todo el mundo es malo y que entre miles de
personas apenas hay un verdadero cristiano, se devorarían unos a otros,
de modo que nadie podría velar por el bien de su mujer y de sus hijos,
alimentarse y servir a Dios, con lo cual es mundo legaría a ser caótico.
Por esta razón Dios ha establecido estos dos regímenes: el espiritual,
que hace cristianos y piadosos mediante el Espíritu Santo, bajo Cristo, y
el secular, que obliga a los no cristianos y a los malos a guardar
externamente la paz y la tranquilidad contra su voluntad…
Ahora bien, si alguien quisiera gobernar al mundo de acuerdo con el
Evangelio y derogase todo el derecho y la espada seculares, alegando que
todos han sido bautizados y son cristianos, para los cuales el
Evangelio no quiere ningún derecho ni espada, pues tampoco serían
necesarios, ¿qué haría? Quitaría las cadenas que sujetan a los animales
fieros y bravos para que éstos muerdan y desgarren a todo el mundo,
alegando que son animalitos buenos, mansos y sumisos. ¡Mis heridas me lo
harían sentir! Daría ocasión a los malos para abusar, bajo el nombre de
cristianos, de la libertad evangélica y cometer sus bribonadas diciendo
que son cristianos y no están sometidos a ninguna ley ni espada, como
algunos' pretenden actualmente al cometer sus estragos y abusos.
Por supuesto, es verdad que el cristiano, en cuanto tal, no está
sometido a ningún derecho ni espada, ni requiere de ellos. Pero, ante
todo, hay que preocuparse por llenar al mundo de verdaderos cristianos,
antes de gobernarlo cristianamente y conforme al Evangelio. Pero eso no
se conseguirá jamás, por que el mundo y la muchedumbre no son ni serán
nunca verdaderos cristianos, aunque todos hayan sido bautizados y se
llamen cristianos. . .
Por eso, hay que separar cuidadosamente ambos regímenes y permitir los
dos: uno, que hace piadoso y, otro, que externamente crea la paz y
evita las malas obras. El mundo necesita de ambos. Sin el régimen
espiritual de Cristo, nadie puede, mediante el régimen secular, llegar a
ser piadoso ante Cristo. Así, el régimen de Cristo no abarca a todos
los hombres; los cristianos están siempre en minoría y viven en medio de
no cristianos. . .
Ahora puede comprenderse el significado de las palabras de Cristo,
citadas anteriormente (Mateo, 5, 39), según las cuales, los cristianos
no deben pleitear ni tener la espada secular. En verdad El se dirige tan
sólo a sus amados cristianos. Estos aceptan y cumplen sus palabras y no
las convierten en "consejos", como los sofistas, sino que el espíritu
conforma su corazón de tal manera, que no hacen mal a nadie y sufren
dócilmente las maldades ajenas. Si en todo el mundo sólo hubiera
cristianos, estas palabras se referirían a todos ellos y todos las
cumplirían. Ahora bien, estando el mundo lleno de no cristianos, dichas
palabras no los alcanzan y, en consecuencia, no las cumplen; pertenecen
al otro régimen, donde se constriñe externamente y se fuerza a los no
cristianos a la paz y el bien…
En quinto lugar, podemos preguntarnos: Dado que los cristianos no
requieren de la espada ni del derecho seculares, ¿por qué entonces, les
dice Pablo (Epístola a los Romanos, 13, 1) a todos los cristianos que
"toda alma se someta a las potestades superiores"? ¿Y por qué dice
Pedro: "Sed, pues, sujetos a toda ordenación humana, etc.", según hemos
visto antes? Respuesta: ya he dicho que los cristianos, en sus
relaciones recíprocas, no requieren de derecho ni de espada, porque ni
les hace falta ni les es útil. Pero, ya que un verdadero cristiano no
vive en la tierra, para sí mismo ni para su propio servicio, sino que
vive y sirve para su prójimo, su espíritu le inclina a hacer lo que, sin
necesitar para sí mismo, es, sin embargo, útil y necesario a su
prójimo, Dado que la espada es de gran utilidad para todo el mundo, a
fin de mantener la paz, castigar el pecado y resistir al mal, el
cristiano se somete de la manera más espontánea al régimen de la espada,
paga impuestos, respeta la autoridad, sirve, ayuda, y hace todo lo que
puede en beneficio de la potestad, para que ésta mantenga su fuerza y
siga siendo respetada y temida. Cierto que el cristiano no requiere de
nada de esto, ni lo necesita, pero él se preocupa por lo que es útil y
bueno a los demás, como enseña Pablo en la Epístola a los Efesios...
En sexto lugar, podemos preguntarnos si la palabra de Cristo dice tan
enérgica y claramente: "No resistas al mal", que los sofistas han tenido
que convertirla en un "consejo", ¿podría, entonces, un cristiano
disponer de la espada secular y castigar el mal? Respuesta: hemos
escuchado hasta ahora dos textos. Uno, según el cual no puede existir la
espada entre los cristianos y, por tanto, es inaplicable entre ellos,
ya que no la requieren. En verdad, la pregunta debe ser referida al otro
grupo, a los no cristianos, para ver si allí se puede usar la espada
cristianamente. Según el otro texto, se está obligado a servir a la
espada y a apoyarla por cualquier medio sea con el cuerpo, el
patrimonio, el honor o el alma. En efecto, se trata de algo que el
cristiano no requiere, pero de lo que precisa y necesita de modo
absoluto todo el mundo y nuestro prójimo. Por eso, si se ve que hacen
falta verdugos, alguaciles, jueces, señores o príncipes, y uno se
considera capacitado, debemos ofrecernos y solicitar dichos cargos, para
que, de ningún modo, la potestad necesaria sea menospreciada,
debilitada o perezca. El mundo no puede ni quiere prescindir de ella.
Razón: si se obra así, uno se dedica totalmente al servicio y las
obras ajenas, todo lo cual no le será útil ni a su patrimonio ni a su
honor, sino sólo al prójimo y a los otros; tal conducta no debe estar
determinada por motivos de venganza ni por el deseo de devolver el mal
con el mal, sino por consideraciones altruistas, y para la conservación,
la protección y la paz del prójimo. En cuanto a sí mismo, el cristiano
sigue ateniéndose al Evangelio y se comporta según la palabra de Cristo
ofreciendo gustosamente la otra mejilla, si le abofetean la diestra, y
renunciando no sólo a la camisa sino también a la capa, cuando tal
conducta le afecta a él o sus intereses. De este modo, se compaginan muy
bien ambas cosas : se cumple a la vez con el Reino de Dios y con el
reino del mundo; a la vez que se sufre externa e internamente maldades e
injusticias, se las castiga, y, finalmente, se resiste y no se resiste
al mal al mismo tiempo.
De un lado, se mira a sí mismo y a lo propio y, del otro, se mira al
prójimo y a lo suyo. Por lo que se refiere a sí mismo y a lo propio, se
comporta de acuerdo al Evangelio y sufre como un verdadero cristiano las
injusticias; por lo que se refiere al otro y a lo suyo, se comporta de
acuerdo con la caridad y no tolera ninguna injusticia hacia su prójimo,
cosa que el Evangelio no prohíbe, sino que, por el contrario ordena en
otro lugar. . .
Contamos, además, con el texto enérgico y claro de Pablo (Epístola a
los Romanos, 13, 1 y ss.) , donde dice: "La potestad es ordenada por
Dios", y "La potestad no lleva en vano la espada, es ministro de Dios,
para tu bien, vengadora para quien hace lo malo". No tengamos la
insolencia de decir que un cristiano no debe manejar la espada, ya que,
en el fondo, es obra, orden y criatura de Dios. En tal caso, también
habría que decir que un cristiano no debe comer ni beber, ni casarse,
aunque también tales cosas constituyen obras y órdenes de Dios. Si es
obra y criatura de Dios, entonces es bueno, tan bueno que cada uno puede
hacer uso de ello cristiana y bienaventuradamente, como dice Pablo
(Epístola a Timoteo, 4, 4): "Porque todo lo que Dios creó es bueno, y
nada hay que desechar, tomándose con nacimiento de gracia". "Todo lo que
Dios creó" significa no sólo comida y bebida, ropa y zapatos, sino
también potestad y sumisión, protección y castigo".
En suma, puesto que Pablo dice aquí que la potestad es ministro de
Dios, no hay que dejarla solamente a los paganos, sino que debe ser útil
para todos los hombres. Afirmar que la potestad "es ministro de Dios"
significa tanto como decir que es, por naturaleza, de tal índole que
puede servirse con ella a Dios. Sería muy poco cristiano decir que
existen servicios a Dios cuyo cumplimiento no incumbe a los cristianos,
puesto que nadie es tan apto como el cristiano para el servicio a Dios;
por supuesto, sería muy bueno y útil que todos los príncipes fueran
verdaderos y buenos cristianos. La espada y la potestad, en cuanto
especial servicio a Dios, corresponden a los cristianos, antes que a
nadie en la tierra. Por eso, la espada o la potestad deben ser tan
estimadas como lo son el estado matrimonial, el laboreo del campo o
cualquier otro oficio, instituidos también por Dios. Del mismo modo que
un hombre puede servir a Dios en el estado matrimonial, en el laboreo
del campo o en la artesanía, actividades que ejerce en beneficio de los
demás, y está obligado a ello cuando el prójimo lo necesita, así también
puede servir con la potestad a Dios y debe hacerlo cuando la necesidad
del prójimo así lo exige. Los cristianos son servidores y artesanos de
Dios que castigan el mal y protegen el bien. Ahora bien, debe dejársele
en libertad cuando no fuera necesario, del mismo modo que se es libre
para contraer matrimonio o cultivar el campo, cuando tales cosas no son
necesarias…
De todo esto puede deducirse cuál es el verdadero significado de las
palabras de Cristo (Mateo, 5, 39): "No resistáis al mal, etc.". A saber:
un cristiano debe ser tan paciente que sufra todo mal e injusticia, que
no vengue sus propias injurias, que no busque tampoco protección ante
un tribunal, no necesitando, en modo alguno, para sí mismo, de la
potestad y derecho seculares. Puede tratar, y debe hacerlo, de obtener
para los otros venganza, derecho, protección y ayuda, y colaborar en su
logro todo lo que pueda. También la potestad debe ayudarle y protegerlo,
ya sea espontáneamente o por sugerencia de otros, sin que el cristiano
lo demande, busque o insinúe. Cuando la potestad no interviene, el
cristiano debe dejarse maltratar y ultrajar y no resistir a ningún mal,
de acuerdo a lo expresado por las palabras de Cristo.
Que quede claro que esta enseñanza de Cristo no es un consejo para los
perfectos, según la interpretación calumniosa y mentirosa de nuestros
sofistas, sino un riguroso mandamiento que alcanza por igual a todos los
cristianos. No hay duda de que quienes, bajo el nombre de cristianos,
toman venganza o litigan y disputan ante los tribunales a causa de su
patrimonio o de su honra son, en realidad, paganos. Acerca de esto, no
puede haber ninguna duda. A este respecto, no se debe tener en cuenta a
la muchedumbre y al uso común, porque, sin duda, hay pocos cristianos en
la tierra. Además, la palabra de Dios es algo distinto del uso común.
Se ve, pues, que Cristo no deroga la ley cuando dice: "Oísteis que fue
dicho a los antiguos: ojo por ojo y diente por diente. Mas yo os digo:
No resistáis al mal", etc. Cristo interpreta el auténtico sentido de, la
ley, y es como si dijera: Vosotros los judíos opináis que la
restitución conforme a Derecho de vuestros intereses es justa y buena
ante Dios, pues confiáis en lo dicho por Moisés: ojo por ojo, etc. Mas
yo digo que Moisés ha dado tal ley para los malos que no pertenecen al
Reino de Dios, para que no tomen venganza por sí mismos o hagan cosa
peor, sino a fin de constreñirlos, mediante el derecho externo, a
apartarse del mal y reunirlos bajo la potestad mediante un derecho y un
régimen externos. Mas el cristiano debe comportarse de tal manera que no
requiera de tal derecho ni lo busque. Si bien la autoridad secular debe
tener una ley con la que juzgar a los no creyentes, y los cristianos
pueden utilizarla para juzgar con ella a los demás, no obstante el
cristiano no debe buscarla para sí mismo y sus intereses, ya que él
tiene el reino de los cielos. Por eso, debe dejar el reino de la tierra a
quien se lo quita.. .
Así, pues, creo que la palabra de Cristo se concilia con los
versículos que instituyen la espada, los cuales significan: ningún
cristiano debe manejar ni invocar la espada para sí o su propio interés,
pero debe y puede manejarla e invocarla para otro, a fin de que se
ponga un freno a la malicia y se proteja la piedad…
Podemos preguntarnos: ¿es posible entonces que esbirros, verdugos,
juristas, abogados y demás oficiales sean cristianos y constituyan un
estamento bienaventurado? Se puede responder que, si la espada y la
potestad son servicios de Dios, como ya ha ido demostrado, también
constituirá un servicio de Dios todo lo que es necesario a la potestad
para manejar la espada. Siempre ha de existir alguien que prenda, acuse,
estrangule y mate a los malos y proteja, excuse, defienda y salve a los
buenos. Por eso, cuando lo hacen en la creencia de que no buscan, con
ello, su propio interés, sino que ayudan solamente a manejar la espada y
la potestad para dominar a los malos, tal conducta no representa para
ellos ningún peligro y es tan lícita como el ejercicio de cualquier otro
oficio, pudiendo vivir de ello. Como se ha dicho, el que ama al prójimo
no estima a lo suyo, ni repara tampoco en la grandeza o insignificancia
de la obra, sino en su utilidad y necesidad para el prójimo o la
comunidad...
HASTA DONDE SE EXTIENDE LA AUTORIDAD SECULAR
Llegamos a la parte principal de este sermón. Una vez que aprendimos
que la autoridad secular debe existir en la tierra y cómo debe ser
empleada cristiana y bienaventuradamente, hemos de ver ahora hasta dónde
alcanza su brazo y hasta dónde llega su mano, para que no abarque
demasiado y no interfiera con el Reino y régimen de Dios. Es muy
necesario saber eso, porque cuando abarca demasiado, resulta un daño
intolerable y horrendo; lo mismo ocurre cuando su campo de acción es
demasiado reducido. En un caso castiga en exceso; en el otro, demasiado
poco. Es más tolerable que peque de lo último y castigue demasiado poco,
ya que siempre es mejor conservar la vida de un pillo que matar a un
hombre piadoso, pues el mundo tiene pillos y debe tenerlos, pero carece
de piadosos.
En primer lugar, debe observarse que las dos partes de los hijos de
Adán, de las cuales una está en el Reino de Dios, bajo Cristo, Y, la
otra, en el reino del mundo, bajo la autoridad —como ya hemos dicho—
tienen dos clases de leyes. En efecto, cada reino debe tener sus propias
leyes y derechos, ya que sin ley no puede existir ningún reino ni
régimen, como la experiencia cotidiana demuestra. El régimen secular
tiene leyes que sólo afectan al cuerpo y al patrimonio y a lo que hay de
externo en la tierra. Dios no quiere y no puede dejar de gobernar a
nadie sobre el alma, cuyo ámbito se reserva a sí mismo. Por eso, cuando
la potestad secular se atreve a dar ley al alma, interfiere en el
régimen de Dios y sólo seduce y corrompe las almas. Queremos esclarecer
este punto y su recta comprensión, a fin de que nuestros señores,
príncipes y obispos se den cuenta de su estupidez cuando tratan de
obligar a la gente, mediante sus leyes y mandamientos a creer de un modo
u otro.
Si se dicta una ley humana al alma, para que crea lo que pretende su
legislador, es evidente que en tal ley no está la palabra de Dios. Si
no está la palabra de Dios, entonces es incierto que plazca a Dios, ya
que no se puede estar seguro de que le plazca lo que. El mismo no manda;
en realidad, es seguro que no le place. El quiere que nuestra fe se
base única y puramente en su divina obra, como El dice (Mateo, 16, 18). .
.
Es sumamente insensato que se ordene creer en la Iglesia, en los
Padres y en los Concilios, aunque la palabra de Dios esté ausente de sus
resoluciones. Apóstoles del diablo ordenan tal cosa, no la Iglesia,
porque la Iglesia no ordena nada, a menos que sepa ciertamente que se
trata de la palabra de Dios, como dice Pedro: "El que habla, que hable
con la palabra de Dios". Mas ellos no podrán demostrar por mucho tiempo
que las resoluciones de los Concilios son la palabra de Dios. Aun es
mucho más insensato decir que los reyes, los príncipes y la muchedumbre
creen de tal manera. Nosotros no hemos sido bautizados para reyes,
príncipes o muchedumbre, sino para la cristiandad y Dios mismo; tampoco
nos llamamos reyes, príncipes o muchedumbre, nos llamamos cristianos. Al
alma no debe ni puede mandarle nadie que no sepa indicarle el camino
hacia el cielo. Consiguientemente, no lo puede hacer ningún hombre, sino
únicamente Dios. Por eso, en asuntos que afectan a la bienaventuranza
de las almas, no debe enseñarse ni aceptarse nada que no sea la palabra
de Dios. . .
No obstante, nuestros emperadores y sabios príncipes se comportan
actualmente en esta forma y se dejan inducir por el Papa, los obispos y
los sofistas (un ciego dirigiendo a otro), ordenando a sus súbditos
creer, fuera de la palabra de Dios, según su buen parecer, pese a lo
cual pretenden ser llamados príncipes cristianos. ¡Qué Dios no lo
permita!
Téngase en cuenta también que cada potestad debe y puede actuar sólo
en aquellas materias donde puede ver, conocer, juzgar, opinar, cambiar y
alterar. ¿Qué clase de. juez sería el que quisiera juzgar a ciegas
asuntos que ni ve ni entiende? ¿Cómo puede un hombre ver, conocer,
juzgar y alterar los corazones y opinar sobre ellos? Tal cosa ha sido
reservada sólo a Dios. Como dice el Salmo, 7, 10: ". . .pues el Dios
justo prueba los corazones y los riñones". Idem: "El señor es juez sobre
los hombres". Y los Hechos de los Apóstoles, 1, 24: "...el Señor conoce
los corazones...". Y el libro del profeta Jeremías, 17, 9 y ss.:
"Engañoso es el corazón, más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo
conocerá?". Un tribunal debe y tiene que estar muy seguro cuando juzga y
debe haber esclarecido previamente todo. Ahora bien, los pensamientos e
intenciones del alma sólo se manifiestan a Dios y, por eso, es inútil e
imposible ordenar o constreñir a alguien por la fuerza a creer de un
modo u otro. Para eso es necesario algo más, la fuerza no basta. Me
asombran los grandes insensatos, cuando coinciden en afirmar : De
occultis non iudicat Ecclesia, la Iglesia no juzga cosas secretas. Si la
Iglesia sólo gobierna, a través de su régimen espiritual, asuntos
públicos, ¿cómo se atreve entonces la insensata potestad secular a
juzgar y enseñorear algo tan secreto, sagrado e íntimo como la fe?...
Depende entonces de la conciencia de cada uno cómo creer y cómo no
creer, con lo cual no se causa ningún daño a la potestad secular; debe
aceptar esto, ocuparse de sus asuntos, dejar creer de un modo u otro,
correo se pueda o quiera, y no constreñir a nadie mediante la fuerza. El
acto de fe es libre y nadie puede ser obligado a creer. En realidad, se
trata de un acto divino en el espíritu, que, en ningún caso, la
potestad externa debe arrancar ni crear. Este es el origen del dicho
común, que también encontramos en Agustín: No puede ni debe obligarse a
nadie a la fe...
¿Qué significa, por tanto, su pretensión de obligar a creer con el
corazón, cuando esto es imposible? Mediante la fuerza, inducen a las
conciencias débiles a mentir, a renegar y a decir algo distinto de lo
que sienten, con lo que se cargan con horribles pecados ajenos. Todas
las mentiras y falsas confesiones cometidas por conciencias tan débiles,
recaen sobre quien las arranca. En todo caso, sería mejor permitir los
errores de los súbditos, en el supuesto de que anden errados, que
obligarlos a decir mentiras y cosas distintas de las que sienten. No es
justo enfrentarse al mal con algo peor.
¿Por qué Dios dispone que los príncipes seculares procedan de modo tan
horroroso? Voy a decirlo. Dios los ha puesto con sentido inverso y
quiere terminar con ellos, al igual que con los señores eclesiásticos.
Mis inclementes señores, el Papa y los obispos, deberían ser obispos y
predicar la palabra de Dios. Han abandonado esta tarea y se han
convertido en príncipes seculares y gobiernan con leyes que sólo afectan
al cuerpo y al patrimonio. ¡Han vuelto todo al revés! Deberían gobernar
internamente las almas mediante la palabra de Dios, pero gobiernan
externamente palacios, ciudades, países y pueblos y torturan las almas
con tormentos indescriptibles. Del mismo modo, los señores seculares
deberían gobernar externamente países y pueblos, pero no lo hacen. No
hacen otra cosa que vejar y despojar, imponer tributos y aranceles sin
medida, y dejar sueltos osos y lobos; además, falta en ellos todo
derecho, fidelidad y verdad, y actúan de tal manera que hasta los
ladrones y pillos la, juzgarían excesiva; en realidad, su régimen
secular ha caído tan bajo como el de los tiranos eclesiásticos. Por eso,
también Dios invierte su sentido, para que sigan procediendo
recalcitrantemente y pretendan gobernar espiritualmente sobre las almas,
al igual que los otros pretenden gobernar con un régimen secular, a fin
de que carguen sobre sí tranquilamente los pecados ajenos, el odio de
Dios y de todos los hombres, hasta que naufraguen junto con obispos,
curas y monjes, puesto que tan pillos son unos como otros. Después de
esto, culpan al Evangelio de todo y, en vez de confesar, blasfeman
contra Dios y dicen que nuestra prédica es el motivo de todo. . .
Ahora bien, si el príncipe o señor secular manda estar con el Papa,
creer de un modo o de otro, o deshacerse de ciertos libros, se debe
responder en la siguiente forma: "No le corresponde a Lucifer sentarse
junto a Dios. Amado Señor, estoy obligado a obedeceros con mi cuerpo y
con mi patrimonio; ordenadme, pues, en la medida de vuestra potestad en
la tierra y yo obedeceré. Pero, si me ordenáis creer y deshacerme de
libros, entonces no obedeceré. Porque, en tal caso, sois un tirano y
vais demasiado lejos; ordenáis donde no tenéis derecho ni poder, etc.".
Si, a causa de esto, despoja a alguien del patrimonio y castiga tal
desobediencia, el desobediente será bienaventurado y debe dar gracias a
Dios por ser digno de sufrir a causa de la palabra divina; dejemos que
el príncipe insensato monte en cólera; ya encontrará a su juez. Si no le
contradecimos y le permitimos que nos quite la fe o los libros,
entonces estamos renegando en verdad de Dios.
Veamos un ejemplo de ello: en Meissen, Baviera, en la Marca y en
otros lugares, los tiranos han promulgado un edicto en virtud del cual
los libros del Nuevo Testamento deben ser puestos a la disposición de
las autoridades. En este caso, los súbditos no deben entregar ni una
sola hoja, ni una letra siquiera, a menos que quieran perder su buena
venturanza. Quien lo haga, estará poniendo a Cristo en las manos de
Herodes ya que tales gentes actúan como asesinos de Cristo, como
Herodes. Deben sufrir que entren en sus casas y les quiten por la fuerza
sus libros o sus bienes. No debe oponerse resistencia a la petulancia,
sino sufrirla; en ningún caso, consentirla, ni tampoco ponerse a su
servicio, ni dar un paso o mover un dedo en signo de obediencia. Tales
tiranos se comportan como conviene a los príncipes seculares, y ellos lo
son. Siendo el mundo enemigo de Dios, ellos hacen lo que es contrario a
Dios, pero lo que conviene al mundo, a fin de no perder, en ningún caso
su crédito y continuar siendo príncipes seculares. No hay que
asombrarse, pues, de que rabien y cometan insensateces en contra del
Evangelio; tienen que satisfacer su título y su nombre.
Sépase que, desde el comienzo del mundo, es muy raro encontrar un
príncipe sensato y mucho más encontrar un príncipe piadoso. Por lo
común, se trata de los insensatos más grandes o de los peores pillos de
la tierra; por eso, uno tiene que estar siempre preparado para lo peor y
no se puede esperar nada bueno de ellos, sobre todo en lo que se
refiere a las cosas divinas que afectan a la salvación de las almas. Son
los carceleros y verdugos de Dios, y la ira divina se vale de ellos
para castigar a los malos y mantener la paz externa. Nuestro Dios es un
gran señor que ha de estar rodeado de tales ilustrísimos, nobles y ricos
verdugos y esbirros, para quienes quiere riqueza, honor y reverente
temor de todos en abundancia. La voluntad divina se complace en que
nosotros llamemos a sus verdugos "señores", que nos arrodillemos ante
ellos y que reconozcamos devotamente su superioridad, siempre que no
extiendan demasiado su oficio, y quieran convertirse de verdugos en
pastores. Si un príncipe es sensato, piadoso o cristiano, se trata de un
gran milagro y es la señal más preciosa de que Dios quiere derramar su
gracia sobre el país. Comúnmente, las cosas suceden de acuerdo con el
versículo de Isaías, 3, 4: "Y pondréles mozos por príncipes y muchachos
serán sus señiores", y Oséas, 13, 11: "Dite rey en mi furor, y quítelo
en mi ira". El mundo es demasiado malo y no merece tener muchos
príncipes sensatos y piadosos. Las ranas precisan de cigüeñas.
Puede objetarse: en realidad, la potestad secular no obliga a creer,
sino que sólo impide externamente la seducción del pueblo por falsas
doctrinas; ¿qué otro modo hay de hacer frente a la herejía? Respuesta:
tal tarea incumbe y ha sido encomendada a los obispos, no a los
príncipes. No basta la fuerza para hacer frente a la herejía, pues se
trata de, luchas y controversias que no se deciden con la espada. Es la
palabra de Dios la que debe luchar; si ella no tiene éxito, tampoco lo
tendrá seguramente la potestad secular, aunque bañe al mundo en sangre.
La herejía es algo espiritual que no puede ser vencida por ningún
hierro, ni quemada por ningún fuego, ni ahogada en ningún agua. Ahora
bien, la palabra de Dios, sí lo logra, corno dice Pablo, Segunda
Epístola a los Corintios, 10, 4 y 5: "Porque las armas de nuestra
milicia no son carnales, sino poderosas en Dios, para la destrucción de
fortalezas; destruyendo consejos y toda altura que se levanta contra la
ciencia de Dios, y cautivando todo intento a la obediencia de Cristo".
Nada es tan riguroso como la fe y la herejía, cuando se las ataca
con la fuerza bruta, sin la palabra de Dios. Téngase por cierto que tal
fuerza es injusta y va contra el derecho, ya que procede sin la palabra
de Dios y sólo sabe desenvolverse con la fuerza bruta, como hacen los
animales irracionales. Tampoco en los asuntos temporales se puede
emplear la fuerza, si antes la injusticia no ha sido vencida por la
justicia. Mucho más imposible es resolver estos altos asuntos
espirituales con la fuerza, sin la palabra de Dios e injustamente. ¡Qué
sutileza e inteligencia la de estos señores! Quieren extirpar la herejía
y, con sus actos, sólo consiguen fortalecer a sus enemigos, dándoles la
razón y quitándosela a sí mismos. Si se quiere extirpar la herejía, se
debe procurar, sobre todo, arrancarla del corazón y, animosamente,
apartarla de las almas. Si se emplea la fuerza, sólo se logrará
fortalecerla. ¿De qué sirve afincar la herejía en el corazón y
debilitarla externamente de palabra, dando paso a las mentiras? ¡,En
cambio, la palabra de Dios ilumina los corazones y, con ella, cualquier
herejía y error se expulsan por sí mismos del corazón ... La experiencia
nos demuestra lo mismo, pues, aunque se queme a todos los judíos y
herejes, no se logra ni se logrará vencer o convertir, con tales
métodos, ni a uno solo.
Sin embargo, un mundo como el nuestro debe tener tales príncipes,
para que nadie cumpla con su deber. Los obispos deben dejar de lado la
palabra de Dios y no gobernar con ella las almas y ordenar a los
príncipes seculares que gobiernen las almas con la espada. Los príncipes
seculares, por su parte, deben quedar impunes e incluso practicar la
usura, el robo, el adulterio, el asesinato y otras malas obras,
abandonando su castigo a los obispos mediante la excomunión. De este
modo, todo estará patas arriba: las almas serán gobernadas con la espada
y los cuerpos con las bulas; los príncipes seculares gobernarán
eclesiásticamente y los príncipes eclesiásticos, secularmente. ¿Puede
hacer cosa mejor el diablo en la tierra que engañar a su pueblo y gozar
con tal carnaval? Así son nuestros príncipes cristianos que defienden la
fe y se comen al turco. Se trata, en verdad, de buenos chicos en los
que se puede depositar toda nuestra confianza: son tan inteligentes que,
sin duda, lograrán perderse y colmar así al país y al pueblo de
calamidades y miserias...
No se sufrirá, no puede sufrirse, no se quiere seguir sufriendo
vuestra tiranía y petulancia. Amados príncipes y señores, tened por
cierto que Dios no está dispuesto a tolerarlo más tiempo. El mundo de
hoy ya no es como el de antaño, cuando cazabais a la gente como a
ciervos. Abandonad, pues, vuestra petulancia y violencia y tratad de
obrar justamente; dejad que la palabra de Dios siga su camino, según es
su voluntad inexorable, a la que vosotros no os podéis oponer. Si hay
herejía, supéresela como es debido, con la palabra de Dios. Pero si
empleáis mucho la espada, tened cuidado, no venga alguien que os ordene
envainarla, y no en el nombre de Dios.
Alguien puede preguntar: si no hay espada secular entre los
cristianos, ¿cómo se quiere entonces gobernarlos externamente? También
entre los cristianos debe haber autoridad. Respuesta; entre los
cristianos no debe ni puede haber autoridad, sino que cada uno está, a
la vez, sometido al otro, como dice Pablo, Epístola a los Romanos, 12,
10: ". . .previniéndoos con honra los unos a los otros". Y Pedro,
Primera Epístola, 5, 5: "Sed todos sumisos unos a otros". Esto mismo
quiere Cristo, (Lucas, 14, 10) : "Cuando fueres convidado, ve, y
siéntate en el postrer lugar". Entre los cristianos sólo hay un solo
superior, el propio Cristo. ¿Qué clase de autoridad puede haber donde
todos son iguales y tienen una sola clase de derecho, poder, patrimonio y
honor y ninguno pretende ser superior, sino que cada uno quiere
subordinarse al otro? No se puede establecer ninguna autoridad entre
tales personas, aunque le gustara a uno hacerlo, porque su carácter y
naturaleza no toleran superiores, cuando ninguno quiere ni puede serlo.
Cuando no hay personas de tal índole, tampoco hay verdaderos cristianos.
¿Qué son entonces los sacerdotes y obispos? Respuesta: su régimen no
es una autoridad o potestad, sino un oficio y cargo, pues no son
superiores ni mejores que los demás cristianos. Por eso, no deben
promulgar ninguna ley o mandato sin la voluntad y el consentimiento de
los destinatarios; su gobierno debe reducirse a predicar la palabra de
Dios, guiar con ella a los cristianos y vencer la herejía. Ya hemos
dicho que a los cristianos sólo se los gobierna con la palabra de Dios,
porque los cristianos deben ser gobernados en la fe, no con obras
externas. La fe no puede venir de ninguna palabra humana, sino sólo de
la palabra de Dios, como dice Pablo, Epístola a los Romanos, 10, 17:
"Luego la fe es por el oír, y el oír por la palabra de Dios". Ahora
bien, los que no creen, no son cristianos, ni pertenecen al Reino de
Cristo, sino al reino del mundo, siendo constreñidos y gobernados con la
espada y el régimen externo. Los cristianos realizan espontáneamente el
bien y no requieren otra cosa que la palabra de Dios. Pero de eso ya he
escrito, y no poco, en otras ocasiones. . .
La presente selección y
traducción han sido realizadas sobre los escritos de Martín Lutero, tal
como aparecen en Martin Luther, Augewaehlte Werke, tomo V, editado por
H. H. Borcherdty Georg Merz, Munich, Chr. Kaiser Verlag, 1962.
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